El reino interior de Rubén Darío Una
selva suntuosa en el azul celeste su rudo perfil calca. Un camino. La tierra es
de color de rosa, cual la que pinta fra Doménico Cavalca en sus Vidas de
santos. Se ven extrañas flores de la flora gloriosa de los cuentos azules, y
entre las ramas encantadas, papemores cuyo canto extasiara de amor a los
bulbules. (Papemor: ave rara; Bulbules: ruiseñores.) * * * Mi alma frágil se
asoma a la ventana obscura de la torre terrible en que ha treinta años sueña.
La gentil Primavera primavera le augura. La vida le sonríe rosada y halagüeña.
Y ella exclama: «¡Oh fragante día! ¡Oh sublime día! Se diría que el mundo está
en flor; se diría que el corazón sagrado de la tierra se mueve con un ritmo de
dicha; luz brota, gracia llueve. ¡Yo soy la prisionera que sonríe y que canta!»
Y las manos liliales agita, como infanta real en los balcones del palacio
paterno.
* * * ¿Qué són se escucha, són lejano,
vago y tierno? Por el lado derecho del camino adelanta el paso leve una
adorable teoría virginal. Siete blancas doncellas, semejantes a siete blancas
rosas de gracia y de harmonía que el alba constelara de perlas y diamantes.
¡Alabastros celestes habitados por astros: Dios se refleja en esos dulces
alabastros! Sus vestes son tejidos del lino de la luna. Van descalzas. Se mira
que posan el pie breve sobre el rosado suelo, como una flor de nieve. Y los
cuellos se inclinan, imperiales, en una manera que lo excelso pregona de su
origen. Como al compás de un verso su suave paso rigen. Tal el divino Sandro
dejara en sus figuras esos graciosos gestos en esas líneas puras. Como a un
velado són de liras y laúdes, divinamente blancas y castas pasan esas siete
bellas princesas. Y esas bellas princesas son las siete Virtudes. * * * Al lado
izquierdo del camino y paralela- mente, siete mancebos ?oro, seda, escarlata,
armas ricas de Oriente? hermosos, parecidos a los satanes verlenianos de
Ecbatana, vienen también. Sus labios sensuales y encendidos, de efebos
criminales, son cual rosas sangrientas; sus puñales, de piedras preciosas
revestidos ojos de víboras de luces fascinantes?, al cinto penden; arden las
púrpuras violentas en los jubones; ciñen las cabezas triunfantes oro y rosas;
sus ojos, ya lánguidos, ya ardientes, son dos carbunclos mágicos del fulgor
sibilino, y en sus manos de ambiguos príncipes decadentes relucen como gemas
las uñas de oro fino. Bellamente infernales, llenan el aire de hechiceros veneficios
esos siete mancebos. Y son los siete vicios, los siete poderosos pecados
capitales. * * * Y los siete mancebos a las siete doncellas lanzan vivas
miradas de amor. Las Tentaciones. De sus liras melifluas arrancan vagos sones.
Las princesas prosiguen, adorables visiones en su blancura de palomas y de
estrellas. * * * Unos y otras se pierden por la vía de rosa, y el alma mía
queda pensativa a su paso. ¡Oh! ¿Qué hay en ti, alma mía? ¡Oh! ¿Qué hay en ti,
mi pobre infanta misteriosa? ¿Acaso piensas en la blanca teoría? ¿Acaso los
brillantes mancebos te atraen, mariposa? * * * Ella no me responde. Pensativa
se aleja de la obscura ventana ?pensativa y risueña, de la
Bella-durmiente-del-bosque tierna hermana?, y se adormece en donde hace treinta
años sueña. * * * Y en sueño dice: «¡Oh dulces delicias de los cielos! ¡Oh
tierra sonrosada que acarició mis ojos! ¡Princesas, envolvedme con vuestros
blancos velos! ¡Príncipes, estrechadme con vuestros brazos rojos!»
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